Se nos ocurre pensar que así como el 11 de diciembre se celebra el Día del Tango, porque coincide con el nacimiento de Julio De Caro y de Carlos Gardel, si se hiciese otro día alusivo a nuestra música popular debería ser el 27 de agosto.
Claro, sería un día de duelo para nuestro tango. Porque en esa fecha, en 1927, moría Manuel Jovés, autor de “Patotero Sentimental” y “Nubes de Humo” entre otros tangos. Y exactamente 32 años después, también un 27 de agosto, pero de 1959, fallecía Ivo Pelay, el autor de “Adiós, Pampa Mía” con música de Mores y Canaro. Y casi veinte años más tarde, en 1978, también un 27 de agosto, moría Enrique Mario Francini.
Pero seguimos con este día penoso para el tango. En 1994 –un 27 de agosto- murió Beba Bidart. Y el mismo día día y año, hace años nos dejaba nuestro protagonista de hoy: Roberto Goyeneche.
Roberto Goyeneche, una voz que desafió el rigor de la lógica
Decía Jorge Göttling: “Con la minuciosidad de un relojero, Roberto Goyeneche, acaso el artista popular menos discutido de la época, completó su última pirueta. Efectivamente, su cuerpo, diezmado prolijamente a lo largo de miles de noches gloriosas, destruido con alevosía en lo visible y en lo interior, se permitió abandonar la pelea antes del último round”.
Es que el Polaco cantor no dejó nada sin demostrar. Cuando cantó muy bien, fue para beneficio del tango. Cuando su circuito en el palco parecía finiquitado, esa voz pastosa, enrarecida y apagada, resurgió una y otra vez, desafiando el rigor de la lógica. Y fue entonces cuando los porteños descubrieron que había nacido otro mito.
Muchacho del barrio de Saavedra, de los tiempos de la gomina y el sabático traje planchado, sustentó los viejos códigos y aspiraciones de barrio. El tango formó parte de sus primeros años, por afición y por genes.
Uno de sus tíos Roberto Emilio Goyeneche, músico de las primeras guardias, autor de memorables tangos (“Pompas”, “De mi Barrio”) le dio en herencia algo más que su nombre de familia. A la edad de los sueños en colores, ese muchacho rubio y de ojos claros alcanzó su primer logro en el palco del Club Federal Argentino –en Núñez- al ganar un concurso.
Afinado, con un registro de barítono que lo emparentaba a las mejores voces del tango, no tardó en incorporarse a la orquesta de Raúl Kaplún, pero solo comenzó a pisar fuerte meses después en la formación de Horacio Salgán.
Será su traslado a la orquesta de Aníbal Troilo –nada menos que para reemplazar a Jorge Casal- lo que marca su inserción definitiva en el atento oído de los porteños.
Roberto Goyeneche, una fábrica de climas
Sería una simplicidad imperdonable afirmar que Goyeneche fue sólo un buen cantor. Inauguró todo un mundo tanguístico al fabricar climas, en voz y en gesto, en cada uno de los tangos, como si se tratara de un decorado añadido y preciso.
Fue el gran maestro de cantar hasta los silencios, respetando cada circunstancia o situación de los textos. Un gran analista popular también se mide por su entorno.
Goyeneche cantó con Salgán, Troilo, Pugliese, Piazzolla, con Mercedes Sosa y con Fito Páez y convocó para el reencuentro, incluso un Julio Bocca tanguero. Lo que lo distingue es que siempre fue el mismo y siempre fue distinto, una paradoja solo reservada para los elegidos.
Dormía con la luz prendida porque le tenía miedo a la muerte, dijo varias veces el “Polaco” que cantó tangos y que había nacido un 29 de enero de 1926.
En el barrio de Colegiales, aquí en Buenos Aires, con la madre viuda y el hermanito recién nacido se la tuvo que pelear a la vida trabajando en varios oficios. Desde joven aprendió a manejar taxis, camiones y colectivos.
Como le gustaba cantar, decidió anotarse en un concurso de cantores del Club Federal Argentino que había organizado un par de periodistas: Raúl Outeda y Roberto Cassinelli.
Después de ganarlo, ingresó como ya mencionamos a la orquesta de Raúl Kaplún cuando apenas tenía 18 años. Actuaron nada menos que en Radio Belgrano. Como era menor de edad, necesitó la autorización de un juez y así pudo trabajar en locales nocturnos y radio.
Confesaba Roberto Goyeneche: “Aprendí a cantar de chico, escuché mucho a Gardel por quien tengo una preferencia total y absoluta, porque él es el inventor del tango”.
Cadícamo y Goyeneche
Siete u ocho años antes de su muerte, Cadícamo –que fallecería cinco años después de Goyeneche- lo comprometió para grabar un cassette con catorce temas suyos, entre ellos “Pa´ que bailen los muchachos”, “Nieblas del Riachuelo”, “Garúa”, “Callejera”, “Che, Papusa”, “Madame Ivonne”.
Terminada la grabación, Cadícamo le preguntaba a Goyeneche:
– ”Roberto, ¿quién te enseñó a cantar? ¿Por qué sos tan personal?”
– ”Tuve varios maestros. Como diez.”
– ”No lo sabía. Nunca lo mencionaste. Contame.
– ”Bueno: la calle, la noche, los estaños de los bares… de pibe, el rumor de las orquestas típicas y una gran maestra: la vida.”
Y llegó el 10 de julio de 1994. Fuertes dolores abdominales, producto de una infección vesicular, obligaron a su internación en el sanatorio Anchorena.
Nadie podría insuflar vida a su gastado organismo. Y el 27 de agosto de 1994, este cantor único, que jamás estudió canto, pasó a la inmortalidad.
Y un aforismo final que se relaciona con su aptitud natural para el canto.
“Los grandes del arte fueron sus propios maestros”.